Por Lilia E. Calderón Almerco
Rodrigo era un niño de 8 años cuando llegó a Lima desde Junín, una bella provincia del centro del Perú. Llegó a vivir a casa de sus tíos, quienes lo matricularon en el tercer grado de Primaria de una escuela pública de Chosica.
A la hora del recreo, Rodrigo veía que los niños corrían al quiosco escolar a comprar dulces, pero él no, ya que sus tíos no le daban dinero, sino cancha y habas tostadas para el recreo, como era la costumbre en su pueblo de origen. A esa hora, Rodrigo iba a la zona más alejada y solitaria del patio para comer su refrigerio que se distinguía mucho del de sus compañeros. Por algun motivo, él no deseaba ser observado.
Un día, su maestra de aula lo vio de lejos comiendo y se acercó a él. Cuando vio las habas y la cancha que Rodrigo comía se puso muy seria y le dijo "eso no se come aquí", y que en adelante no traiga "eso" a la escuela.
Rodrigo nunca comprendió por qué en esa escuela de Lima no se podía comer cancha y habas tostadas que eran tan sabrosas.
Se sabe que la cancha o maíz y las habas son alimentos propios de la sierra peruana con alto valor nutritivo.
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