Por Lilia E. Calderón Almerco
Al empezar, con voz muy queda, informé a los estudiantes sobre mi afonía y les pedí que evitaran los ruidos innecesarios para que pudiéramos comunicarnos. Luego, cada equipo recibió impresa la consigna y detalles sobre lo que debía trabajar y lograr. Durante la clase, casi no hablé, sino que me dediqué a observar el trabajo de cada equipo, me comuniqué por señas, di sugerencias y resolví preguntas mediante notas escritas, sonreí y devolví sonrisas.
De manera espontánea, los estudiantes mostraron actitudes muy empáticas; al igual que yo, hablaban con voz queda y por señas. El ambiente era muy calmado y solo se escuchaban murmullos.
Esa mañana, los traviesos y traviesas de siempre se portaron muy amables conmigo, y yo, tenía más razones para amarlos.
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