AFONÍA Y AMOR

Por Lilia E. Calderón Almerco

Aquel día, me desperté sin voz, totalmente afónica, pero fui a la escuela como de costumbre, pues me sentía muy motivada por la actividad que había planificado para la clase de Literatura Peruana con los estudiantes de segundo año de Secundaria que estaban a mi cargo.

Al empezar, con voz muy queda, informé a los estudiantes sobre mi afonía y les pedí que evitaran los ruidos innecesarios para que pudiéramos comunicarnos. Luego, cada equipo recibió impresa la consigna y detalles sobre lo que debía trabajar y lograr. Durante la clase, casi no hablé, sino que me dediqué a observar el trabajo de cada equipo, me comuniqué por señas, di sugerencias y resolví preguntas mediante notas escritas, sonreí y devolví sonrisas.   

De manera espontánea, los estudiantes mostraron actitudes muy empáticas; al igual que yo, hablaban con voz queda y por señas. El ambiente era muy calmado y solo se escuchaban murmullos. 

Esa mañana, los traviesos y traviesas de siempre se portaron muy amables conmigo, y yo, tenía más razones para amarlos.

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